La experiencia con un migrante en Cúcuta que nos hace reflexionar: En la cuadra en la que vivía hay un chamo flaco que cuidaba varias calles por las noches. Cada vecino, de forma voluntaria, le pagaba 3 mil pesos cada semana.
Un día me pidió el favor de ayudarlo para comprar unas medicinas para su hija que estaba en el hospital. Le di 10 mil pesos.
A las dos semanas, me pidió que le adelantara unas semanas porque tenía una urgencia. El día que me mudé le regalé una patineta que me habían regalado, pero nunca usé.
Un día comiendo cerca de allí, me pidió para la comida y me dijo: oye, tú sí que debes ganar bien. Vas con una bolsa de hamburguesas para tu casa. Me chocó el comentario. Mi familia y yo nos merecemos una hamburguesa de la calle los sábados.
Como me mudé tres cuadras más abajo, ya él sabía dónde vivo. Vino tres veces a buscarme a mí casa y no me encontró. Me dejó un mensaje con mi familia: que le ayudara con los refrescos, porque su hija estaba hoy de cumpleaños y ya había comprado una torta de 100 mil pesos colombianos, pero no le alcanzó para la bebida.
Me surgió la duda de dónde pudo comprar una torta tan cara, sobre todo cuando siempre anda pidiendo ayuda porque aparentemente no tiene qué comer. Esto me pone a reflexionar. Cuándo comprenderemos que dar lástima no nos lleva a ningún lado.
En vez de eso, usemos nuestra energía para empatizar con el otro, para salir adelante con nuestro trabajo y talento, para entablar lazos de amistad y tendernos la mano cuando el otro lo necesite.