Mi papá también fue migrante

En los años 50, Italia aún no se recuperaba de los estragos de la segunda guerra mundial. Papá, un jovencito de 14 años, nacido en una ciudad hermosa llamada Puglia, se alistó con mi abuelo para tomar un barco rumbo a la «pequeña Venecia».

Dejó a mi abuela y a mis tíos. Tras días de viaje marítimo, llegaron al Puerto de La Guaira. Besaron tierra venezolana. No hablaban español, pero eso no fue impedimento para construir una nueva vida.

Con el boom petrolero de aquella época, mi papá Franco y mi abuelo Francesco se alojaron en ciudad Ojeda. Comenzaron a trabajar como albañiles. Luego de varios años mi abuelo pudo traerse a mi abuela y mis dos tíos.

Papá trabajó como chef, como albañil, plomero y electricista. Fue parte de los cientos de trabajadores que levantaron el Puente Rafael Urdaneta. Trabajó en los años 80 en PDVSA y hasta los 66 años fue maestro de obra.

Aunque no era un hombre cariñoso, siempre se hacía sentir por su porte y su buen humor. Era de los que barría su frente y el de los vecinos. Preparaba comida y les llevaba a sus amigos.

Leía la prensa, se quejaba de los políticos y amaba el fútbol europeo. Bailaba salsa como cualquier venezolano más. A mí me llamaba «chirulí», porque era la más pequeña de la casa.

Solo hablaba en italiano cuando estaba molesto. Cuando era niña, me decía que los venezolanos tenían que valorar más el trabajo, que debían sacudirse esa «flojera» y agradecer por el hermoso país en el que nacieron. Que debía estudiar y ser la mejor.

Nuestros momentos siempre eran en la cocina o en el comedor. Preparaba la mejor lasaña que en mi vida he probado. Sus salsas para pastas eran exquisitas. Por él aprendí a preparar pastas ‘al dente’, a valorar el queso parmesano y a identificar un buen prosciutto.

Murió en octubre del 2009. Fue la primera y única vez que ingresó a un hospital. Un paro respiratorio después de un ACV segó su vida.

Si viviera, ya tendría 79 años. Para ser sincera, no lo imaginaría de nuevo como migrante. Él amaba tanto Venezuela, que solo una vez regresó a Italia. «Este es el mejor país del mundo, los que no sirven son sus políticos», decía.

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