Desde hace dos años estoy en Colombia. Salí de Venezuela porque quería que mi hija Daniela tuviera una mejor educación, salud y que no creciera con miedo cada vez que saliera a la calle. Soy abogada pero es muy difícil convalidar mis títulos aquí, por lo que comencé a buscar trabajo de lo que fuera.
Aprendí a arreglar uñas y eso me sirvió para trabajar en un pequeño salón de belleza de Bosa. Ganaba lo justo para pagar el arriendo en una habitación pequeña, comprar alimentos, pagar transporte y suplir las cosas de la escuela de mi niña. Pero cuando en Bogotá decretaron la cuarentena obligatoria, todo el mundo entró en pánico.
La dueña de la peluquería nos informó que debía cerrar y que ya no podíamos seguir laborando, hasta que el gobierno volviera a informar que todo regresa a la normalidad. De eso ya pasó casi un mes y a mí me tocó reinventarme.
Esa palabra nunca la entendí hasta ese último de marzo. Reduje algunos gastos y sacamos de la compra semanal las carnes. Aprendí a hacer croquetas de lentejas y caraotas. Hablé con la señora del arriendo y me brindó la facilitad de pagar por partes hasta que vuelva a trabajar en el salón. El día en el que se me permite salir, le entrego a los vecinos un pequeño volante donde brindo mis servicios de arreglo de uñas. Compré tapabocas y guantes y hasta ahora he tenido dos servicios a domicilio.
Esta es otra prueba que me ha permitido ser fuerte y seguir luchando por mi hija. Mi meta continuar en Colombia y por eso todos los días sigo luchando.